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Mark Twain: Una pluma en la mano y un as en la manga
      



Conocido por obras tan arraigadas en la cultura popular como “Las aventuras de Huckleberry Finn”, “El príncipe y el mendigo” o “Las aventuras de Tom Sawyer”, pocos saben que este genial escritor, considerado por muchos como el padre de la literatura norteamericana, era también un excelente jugador de Póquer, y no sólo eso, sino que amaba este juego como el que más, y siempre utilizó su estilográfica para defender este noble juego, tan incomprendido en aquella época.
Twain escribió en una ocasión: “Hay pocas cosas que sean más imperdonablemente incomprendidas en nuestro país como lo es el Póquer”. Sin duda tenía razón, pero el puso su granito de arena para poner a este juego en el podio que se merece.

Un encuentro inevitable

Samuel Langhorne Clemens (1835-1910), pues este era su nombre verdadero, nació en Florida, Misuri, y era el sexto de siete hermanos, aunque tan sólo tres de estos sobrevivieron tras la infancia. Samuel nació al poco tiempo de que el cometa Halley pasara por la tierra, y como él mismo repetiría muchas veces, no se iría de este mundo hasta que dicho cometa no regresara a los cielos.
Contando cuatro años de edad, la familia se mudó a Hannibal, pueblo por donde cruzaba el río Misisipi, y allí comenzó sus estudios, aunque a los once años tuvo que dejar la escuela tras la muerte de su padre, John Marshall Clemens, para ocuparse de su familia y empezar a trabajar en la imprenta del periódico local, aprendiendo el oficio de tipógrafo.

Con dieciocho años decidió viajar por Estados Unidos, mientras enviaba relatos de viaje a uno de sus hermanos, que regentaba un periódico, y empezó a aficionarse a la escritura y la literatura.
Viendo que el dinero no le sobraba especialmente, Samuel empezó a gestar una idea en su cabeza tras uno de sus viajes por Nueva Orleans, donde veía un gran número de barcos a vapor cruzando el Misisipi, y decidió ponerse manos a la obra para hacerse piloto, pues el sueldo de estos era bastante alto. Dos años de su vida los dedicó a estudiar metódicamente el río Misisipi hasta que logró pasar el examen y obtuvo su licencia.
Aunque Samuel había oído hablar de un juego de cartas que se hacía cada vez más famoso en estos viajes dentro del barco, no se empezó a interesar por este juego hasta que navegó en el barco. Apenas pudo disfrutar de su nuevo trabajo, pues poco después estalló la Guerra de Secesión, y tuvo que buscarse la vida de nuevo.
Twain era una de esas personas que pensaba que un dólar encontrado en la calle era mejor que un dólar ganado con el trabajo, y siguió buscando formas de conseguir dinero fácilmente, aunque ninguna de ellas triunfaron.

Finalmente encontró trabajo en un periódico de Nevada, y fue aquí donde firmó por primera vez como “Mark Twain”, que en el lenguaje de navegación en sus años como piloto era el mínimo de calado necesario para una navegación segura.
Poco después, en 1865, publicó el que sería su primer gran cuento como escritor: “La célebre rana saltadora del distrito de Calaveras”, con el que se convirtió en una celebridad, y nunca perdería ese estatus.
Twain era un apasionado de un buen número de juegos, y le gustaba apostar. Entre sus aficiones, se encontraba la de las carreras de barcos de vapor, un pasatiempo con el que apostó en varias ocasiones, aunque sin duda su favorito sin duda era el Póquer, concretamente el Five Card Draw, y era un gran defensor de este como juego de habilidad, comentando en numerosas ocasiones que el Póquer no era sólo suerte, llegando a publicar un relato corto sobre el tema llamado “Ciencia vs suerte”.

Un caballero en el tapete

Twain descubrió el Póquer en sus muchos viajes en barco, y pronto cayó ensimismado con la metodología del juego, con el arte del farol, con el factor psicológico del juego. No era un jugador más, un hombre con dinero que le gustaba el juego y gambleaba siempre que podía. No, Mark Twain era un gran jugador, uno de los mejores, y obtuvo en las mesas una pequeña gran fortuna.
Eso sí, Twain no jugaba con cualquiera. Con el fin de la Guerra de Secesión, el Póquer se hizo muy famoso en todo el país y cada vez había más jugadores que lo practicaban, pero obviamente también había más tramposos y hustlers que nunca, y a estos Twain los despreciaba ávidamente.

Había otros juegos en esa época muy famosos a parte del Póquer como el Baccarat, aunque estos no tenían el mismo encanto, y de hecho describió este juego de Casino como “un juego en el que el crupier recoge el dinero con un remo flexible, para después arrastrarlo hasta la banca. Si pudiera pedir prestado ese remo sí me quedaría con este juego”.
Como hoy en día todos sabemos, la selección de mesa es algo capital en el Póquer, pero Twain lo sabía de forma innata, y por eso se cuidó mucho de no meterse en partidas peligrosas de la época o donde pudiera ser engañado. Uno de sus grandes amigos de juego era Henry Rogers, un magnate del petróleo que apreciaba enormemente a Twain, y que ayudó a salir de la bancarrota en una ocasión, aunque esta no llegó debido al juego, sino a su falta de olfato para los negocios.

Un gran escritor, un pésimo inversor

No se puede decir que Mark Twain fuera un hombre pobre. De hecho, sus obras le valieron una enorme suma de dinero, aunque por desgracia su visión empresarial distaba mucho de ser adecuada.
Su mayor fracaso fue la llamada compositora Paige, que trataba de sustituir al tipógrafo en las imprentas, aunque tras años de perfeccionamiento, quedó eclipsada por la llegada de la linotipia. Twain había invertido cerca de 300.000 dólares en ella, lo que para la época se traduce en millones de dólares, y quedó en bancarrota.

Además, rechazó por aquel entonces una participación por 5.000$ en un nuevo invento de un tal Graham Bell, que se llamaría teléfono… No vio la funcionalidad de este invento desgraciadamente para él.
Gracias a su amigo Henry Rogers, logró evadir a sus acreedores y salió de la bancarrota, y años más tarde acabó pagando todas y cada una de sus deudas sin tener que hacerlo legalmente. Era el honor del escritor lo que estaba en juego ahora.

Twain fallecería el 21 de abril de 1910, a los 74 años de edad, y justo como el predijo, lo hizo a la llegada del cometa Halley. Una estrella fugaz llega mientras una estrella imperecedera se marcha.
Como anécdota curiosa, Twain trabajó los últimos diez años de su vida en su propia biografía, y dio orden de no publicarse hasta pasados cien años de su muerte. Esta obra, compuesta por varios tomos, fue publicada por primera vez hace tres años, y como no podía ser de otro modo fue un auténtico éxito de ventas. Twain volvía a pasar por el firmamento.

                                                

 
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